
Decía Juan Carlos Rodríguez Ibarra , ex presidente de la Junta de Extremadura, en una tertulia mañanera de esas donde los invitados son siempre los mismos y repiten siempre las mismas cosas, que la diferencia entre el socialismo y «los liberales» es la red que los socialistas tejen para amortiguar las caídas de los ciudadanos en tiempos de crisis. Así, para Ibarra, los socialistas en previsión de que las cosas siempre tienden a ir mal tarde o temprano, han tenido como referente ideológico el amparo de políticas «sociales», tales como la defensa de lo público frente a las políticas malvadas de los «liberales», encaminadas al destino de la supremacía del más fuerte en confrontación a los más débiles…
Para Ibarra, los «liberales» son malvados por naturaleza, mezquinos en su concepción ideológica, y unos lobos destinados a devorar al rebaño de indefensas criaturas que pastorean por las llanuras del tránsito penar que es este valle de lágrimas. Para Ibarra, los únicos con derecho a guiar al rebaño son los socialistas. Para Ibarra, no somos ciudadanos libres, sino una suerte de gilipollas incapaces de dar dos pasos en esta vida sin la aprobación de los pastores socialistas.
Lo que no aclara Ibarra es el concepto de «liberales» que él utiliza para demonizar a quienes se encuentran en posturas distintas a las suyas. No nos dice quiénes son esos «liberales; si tienen tridente y un rabo que les sale por el culo, si son seres del inframundo, ángeles caídos, o unos hijo putas de procedencia mundana a los que una simple etiqueta en la frente los identifica como los malos de la película.
Para el ex presidente Extremeño, la sociedad ideal sería aquella donde los más necesitados tuvieran cumplida cobertura de todas sus necesidades, sin necesidad de más requisito que el ser ciudadano, sea cual sea su procedencia, tanto si eres de aquí o acullá; un tótum revolútum. Como no se le pueden poner puertas al campo, aquí cabe todo quisque, y el que se niegue a compartir lo suyo, es «liberal», ergo un malvado…
La sociedad ideal para Ibarra, por cierto, pasa por ser una sociedad donde existan muchos necesitados, muchas bocas hambrientas y muchas manos paradas. O eso, o se les acaba el discurso. Porque yo no les he escuchado jamás decir a los socialistas, jamás, que lo que desean es una sociedad donde las personas sean libres para equivocarse, emprender, disponer de lo suyo en libertad etc. Para Ibarra y los suyos, esta es una sociedad injusta porque hay unos pocos que tienen muchísimo, muchísimos que tienen el suficiente para vivir, y otra muchedumbre que no llega a tener más que el DNI a su nombre. Y claro, es injusto que unos pocos tengan muchísimo mientras hay muchísimos que no tengan nada, y así, hilando fino, llegan a la conclusión de que lo mejor es quitarle a quienes tienen para ofrecérselo a quienes no tienen nada. Y yo les compraría el discurso si no fuera porque es falaz y tramposo.
Los socialistas creen desde hace más de un siglo que la solución está en la requisa de los bienes de aquellos que disponen de ellos, para ponerlo en manos de quienes no tienen nada, como si el reparto fuese a pachas. Y que paguen los que más tienen para los que no tienen puedan vivir como si tuvieran un potosí.
Lo malo de la ecuación socialista es que no termina de encontrar la cuadratura del círculo, dado que, si sin tener nada eres capaz de vivir a barriga llena, ya me dirán a mí para qué esforzarse en nada. Además las gentes como Ibarra no entienden que para poder tejer esa red social que ampare a los caídos, previamente se necesitan materiales para su construcción que, en cualquier sociedad moderna, se obtienen del fruto del trabajo y la creación de riqueza, no expoliando a quienes trabajan y crean riqueza.
Hay mucha gente como Ibarra, que confunde el concepto de libertad que ellos quieren con el de comodidad. Pero la libertad conlleva siempre una carga de riesgo en la jugada, el que las cosas no siempre salgan bien, o que no tienen por qué salir como se plantean. Pero el socialismo aplicado no es la solución, sino un síntoma de putrefacción en cualquier sociedad. No hay históricamente ninguna nación del mundo que aplicando el socialismo haya conseguido crear una sociedad libre, con crecimiento económico sostenible, ni eso que ahora se llama bien estar social, o estado del bienestar.
Para Ibarra, los «liberales» son malos porque defienden el derecho a la propiedad privada, al disfrute de las rentas obtenidas con el esfuerzo y el trabajo, el derecho a la iniciativa privada y a la libertad de escoger dónde, cómo y cuando uno debe gastarse su dinero. Para Ibarra los «liberales» somos malos porque queremos saber en qué se gastan ellos, sí, ellos, los políticos como él, aunque ahora Ibarra esté en un segundo plano, los dineros de nuestros impuestos, y aún más, queramos opinar sobre si no sería mejor gastarlo en esto o aquello o, simplemente, queramos elegir si los servicios que nos son necesarios, como la educación, sanidad etc, los contratamos a empresas privadas a nuestro riesgo, o queramos ser atendidos por las estructuras de un estado impostor, ladrón y esclavista.
Entre el socialismo y las libertades hay diferencias notorias. El socialismo impone y dispone sobre todo lo que es común y sobre lo que es privado, incluyendo las rentas al esfuerzo y el trabajo. El sistema de libertades otorga a cada individuo el derecho a elegir el cómo encaminar su vida sin que un estado superior le espolie, y así mismo y de común acuerdo, también se le otorga a la mayoría el derecho a decidir cómo será la sociedad en la que habiten, el cómo se tejerá la red que amortigüe la caída de quienes caigan en el camino, y, lo más importante, defiende al trabajador del holgazán, al creador del parásito, a quien se lo curra de quienes ansían vivir del esfuerzo ajeno. El socialismo solo es eso: un tótum revolútum donde los pastores viven a cuerpo de rey a costa de un rebaño obediente y siempre con el miedo de que viene el lobo.
El concepto de “liberales” que insinúa Ibarra se aplica a quienes no queremos sostener con nuestros esfuerzos a vividores como él, a quienes nos negamos a que tanto tenga el que no hace nada, como el que hace un esfuerzo por salir adelante, a quienes creemos que no es lo mismo lo uno que lo otro y, sobre todo, se lo aplica a quienes ya no nos creemos el cuento del socialismo y la farsa que se han montado para vivir del cuento.
Y sobre solidaridad con quienes están pasando por momentos delicados que no nos den lecciones, que esa es harina de otro costal.