Cincuenta años

imagesLe resultaba curioso, pero jamás había peinado a ninguna de sus dos hijas, ni a ninguna de sus  nietas en toda su vida. Los hombres de su generación no se ocupaban de las tareas domésticas, incluido el cuidado de los hijos o nietos, quehacer exclusivo de las mujeres. Eso no se discutía antes, al menos. Y ahora, a sus 73 años, parecía un experto peluquero peinando los cabellos blancos de su dama, la mujer que lo había acompañado en sus venturas y desventuras desde los 23 años. Había llovido…

Ella, sentada frente a un espejo de marco pretérito, quizás incluso del ajuar de boda, se veía reflejada con ojos ciegos, viendo sin ver. Era terrible aquella enfermedad, pero al menos lo tenía a él, que a la vejez se había convertido a la fuerza en un aceptable amo de casa y su cuidador las 24 horas del día. Había aprendido incluso a cambiarle los pañales y a bañarla, maquillarla y alimentarla como si fuese un bebé de tamaño anormal. Lo tenía a él, se repetía mentalmente.

Las manos empezaban a temblarle, y también comenzaban los lapsus de memoria, aunque el Doctor le había dicho que era lógico a su edad. Sus hijas vivían en el extranjero, como quien vive con sus padres enterrados y mandan flores al cementerio por el día de todos los santos, sólo que en este caso, tocaba recibir la limosna de cariño y preocupación mal fingida por navidades, y algún cumpleaños. Así es la modernidad. Las nietas tampoco recordaban tener esos abuelos en sus agendas sociales. Pero lo tenía a él, se repetía una y otra vez.

Estaba especialmente guapa esa mañana, con los labios mal pintados por él y colorete disperso por sus marmóreas mejillas. Estaba guapa para él, que la veía siempre hermosa y radiante, aunque no quedase de ella más que una intención se ser y seguir siendo. Mientras lo tuviese a él, seguiría siendo bella, se dijo, mientras una lágrima se escapaba de sus ojos cansados de mentirse. Mientras su corazón llenaba el tope de latidos de una vida entera y se desplomaba en el suelo, muerto sin decir adiós . Y ella lo veía todo sin ver nada al otro lado del espejo, sonriendo porque él la había pintado así, días atrás, cuando ya no había necesidad de cambiar más pañales, ni bañarla ni darle de comer.

Cincuenta años es mucho tiempo como para quedarse solo a resistir a la muerte.

Gallego Rey.  Derechos Reservados 2016

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